Enjugaba las lágrimas de mi cara cuando me hacían daño, me estrechaba entre sus brazos y me dejaba ir. Las cosas iban cambiando conforme yo iba creciendo. Se distanciaba, se alejaba de mi. Mis lágrimas las enjugaba yo, se reía de quien yo era entonces. Olvidé todo lo que había pasado, lentamente caminando por la calle, lo encontré tirado en una esquina, mojado de alcohol y apestando a marihuana. Lloraba. Ahora fuí yo la que le quité las lágrimas y las guardé en mi cofre de cristal. Él me sonrió y parecía que todo volvía a ser igual. Pero lo que parecía ahora nuevo, desapareció y al día siguiente me tiró a un charco de barro. Muy cabreada le pegué, le hice sangre en la nariz. Me miró un instante y se olvidó de mi para siempre. El último día juntos de nuestras vidas, se perdió entre la gente, y no, no le volví a ver.
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